Ponencia presentada durante el IV
Coloquio mundial de especialistas en dramaturgia infantil
Bogotá, Colombia,
octubre de 2013
Quiero
compartirles, no lo que ha sido la experiencia de escribir teatro para niños,
sino lo que el teatro para niños puede lograr: Lo primero, cambiar un punto de
vista… el mío propio. Quiero contarles lo que el teatro para niños ha cambiado en
mi pensamiento como autora y, finalmente, compartirles mi tránsito desde lo que
llamo el teatro de la evasión hasta llegar a pensar en la posibilidad de un
teatro político específico para la infancia.
Sé
que la sola enunciación de las palabras “teatro” y “política” parecieran un
oxímoron, una suerte de contradicción chocante... pero si le sumamos la palabra
“niño” o “infancia” aquello se convierte en una
obscenidad ¿Qué tiene que ver el teatro infantil, ese inocente divertimento -"formador de valores", "útil herramienta pedagógica"-
con la política? ¿Por qué ensuciar con
esa horrible palabra a tan preclaro
arte? ¿Para qué mover las aguas? ¡Tan lindo que es ese mundo mágico al que
solamente tienen boleto de entrada los colores, las hadas, los gnomos, la
ecología, alguna bruja inocua y una que otra leyenda! ¿O será que esta idea del
teatro infantil, la que ha prevalecido por décadas, es la que el adulto ha
decidido que es la que mejor conviene a la infancia? ¿Y los niños? ¿Y sus
necesidades? ¿Y los principios fundamentales en los que se apoya la Convención
mundial? Papeles y letra muerta en las agendas culturales, gubernamentales, legislativas y educativas de los Estados… pero lo peor: las necesidades de los niños ignoradas
en el teatro que se escribe para la infancia.
Y es
aquí donde quiero comenzar con una suerte de proclama en pro de un teatro político
para la infancia: El derecho del niño a la diversión, misma que el adulto ha confundido como la obligación
de proporcionar al niño mecanismos para la evasión.
Divertir no es lo mismo que evadir. La diversión transita el camino alterno de la cotidianidad para comprenderla mejor. La evasión evita confrontar la realidad, y lo hace desde la mentira. La mentira de un teatro que le promete al niño un mundo seguro y feliz… pero el problema con esta promesa es que, al terminar la función, al salir del teatro, la realidad estará afuera, esperándonos a todos, adultos y niños. Y de ella no nos libra ni la varita mágica del más grueso calibre.
En
un mundo donde, según el informe de UNICEF, cada año, 275 millones de niños y niñas en
el mundo sufren violencia en sus propios hogares, es decir, entre 4 y 8 de cada
10 niños según país que les toque vivir... ¿Con qué cara se escribe una obra en
donde los padres son hadas y reyes que protegen a sus pequeños y todo es
felicidad, canciones y flores? Esa es una suerte de traición, porque así como
la televisión se lo hace a los adultos, el teatro estaría ignorando
olímpicamente una realidad que duele y que se sufre con cifras indignantes. El
teatro de la evasión se convierte en un mero distractor, en un teatro que no le
habla al niño de lo que le sucede, de sus emociones más fuertes y profundas, y
peor todavía: de lo que necesita saber para no volverse víctima.
Pero
más deleznable que el teatro traidor, es la existencia de otro teatro al que no le
importa hacerse cómplice de un sistema que somete y violenta. Un teatro que,
por ignorancia, por flojera o porque sabiéndolo, prefiere no meterse en problemas con los
padres de familia, que son, a final de cuentas, los que pagan la entrada… o
con maestros y autoridades, que son los que deciden qué obra deben ver los niños de acuerdo a las políticas
culturales en boga o bajo los dictados de su propia moral.
Y
entonces, nace el teatro sicario: una suerte de brazo armado de cierto sector
del sistema educativo, más preocupado por ponerle una “palomita” al plan cumplido que por las necesidades de su alumnado. Burócratas felices
en convertir a niñas y niños en obligados espectadores del peor teatro teñido de falsa
pedagogía, repleto de mensajes edificantes que en nada le competen a la
infancia: “Cuida a la naturaleza”… ¡qué enorme
tarea la de hacerse cargo de cuidar los bosques, limpiar los ríos, no contaminar,
usar sustentablemente la riqueza natural, etc, etc…! Tan enorme que ni el conjunto de adultos que
somos en el mundo, lo hemos logrado… ¡pero claro, siempre es más fácil lanzar la responsabilidad
sobre los hombros de la generación en ciernes! “Cambia al mundo” le instruye
este teatro al niño… y yo me pregunto ¿cómo?... ¿Lo hemos cambiado los adultos?
Desde hace por lo menos tres décadas
tenemos ese discurso presente en la educación y en el teatro…y las cosas empeoran en la naturaleza.
La
primera condición para cambiar al mundo es creer que se puede hacerlo y luego
poner manos a la obra para cambiarlo. No podemos pensar en un cambio del mundo
si se sigue educando a los niños para la esclavitud y el conformismo, para
portarse bien sin cuestionar, para seguir los mismos patrones de conducta que
nos han llevado al punto en donde estamos como sociedad, no se puede cambiar nada desde continuidad de
sistemas sociales inhumanos y totalitarios. El teatro no puede volverse
cómplice de esto.
El teatro sicario, además, se mueve en los
cómodos territorios de los temas de moda en el ámbito escolar. Hace una década
era el VIH y el aborto… lo de hoy es el bullying y las adicciones, que siempre
venden. Y con el tinte de lo necesario, los temas se vuelven botín de este
teatro, más preocupado por generarse recursos que por acudir a la niñez como su
aliado. Temas, formas y vicios que se replicarán en el aula bajo la batuta de
un maestro bien intencionado y preocupado que, también, creerá necesario hablar al niño de temas que edifiquen y “formen valores” (A todo esto ¿qué valores? ¿Los de la clase
gobernante? ¿Los que correspondían a las necesidades de la moral vigente hace treinta años?) y no es que no sea necesario tratar desde la escena este tipo de temas,
lo realmente delicado es que, en aras de lo emergente, sean tratados desde la
superficie, bajo la óptica de la moral reinante… bajo los dictados de una
política cultural que busca tranquilizar su conciencia y que tendría que ser
interpelada por docentes, padres de familia… niños.
Ante
el nebuloso panorama de la incongruencia ¿cuál será entonces la labor del
teatro en los territorios de la infancia? La misma que ha tenido siempre en los
tiempos oscuros: cantar… y cantar fuerte
la canción de la revelación y la rebeldía, compartirle a niñas y niños que el
estado de cosas que están viviendo no siempre fue así y que puede cambiarse.
Pero
la apuesta no es por el panfleto, por el mensaje directo y básico para
convencer de una idea a nuestros jóvenes espectadores: el teatro para la infancia
está obligado a la metáfora y, con ello, a la poesía… por más que, como les
aseveró un funcionario de cultura en Colombia a unos amigos míos: “Los niños no
entienden de metáforas”… ¿entonces, de qué entenderán?
¿De ver televisión y
guardar silencio? Si no entienden de metáforas ¿por qué cuando termina la
función, los niños hablan de los miedos del personaje y no de las piedras o de
las pelotas que les dieron cuerpo en la escena? ¿Por qué dibujan cíclopes
gigantescos que en escena sólo eran sugeridos por cuatro objetos?
Sí, uno de
los grandes problemas de nuestro teatro para la infancia es que una vez que
pasa del texto al hecho escénico, tiene que vérselas, muchas veces, con
funcionarios que no funcionan y que ni siquiera entienden la dimensión de
importancia que el teatro tiene para la infancia.
Político es el teatro que le habla al niño de lo que le compete y lo que le preocupa,
que le comparte la experiencia de lo humano, que le revela su importancia
dentro de la estructura social, pero sobre todo, que le revela, desde la
escena, sus derechos: a estar informado,
a que se escuche su opinión, a vivir en condiciones dignas, a ser alimentado y
protegido por los adultos, a ser salvaguardado de la violencia, a que su cuerpo
y su pensamiento deben ser respetados. Un teatro que le traiga la realidad de
otras infancias en el mundo, que lo mueva a desear cambiar la injusticia, las
condiciones de desigualdad, que abra las puertas a la posibilidad.
No
me engaño: la opinión del niño es, gran parte de las veces, la opinión de sus
padres… la construcción de su individualidad y de su propia opinión tendría que
ser otro de los acompañamientos de este teatro al que aspiro.
Pero
no hablo desde la especulación ni como un ejercicio de mera retórica. Hablo
desde mi experiencia. Tengo la inmensa fortuna de saberme acompañada por grupos
como La Valentina, de Guadalajara, Jalisco. Un grupo al que admiro y respeto,
pero sobre todo quiero muchísimo por su espíritu guerrero que me ha inspirado
en más de un sentido y que me regaló una experiencia trascendental para el
pensamiento que ahora ocupa mi reflexión en torno a lo que creo que el teatro
para niños que escribo tiene que decir y cómo tiene que decirlo.
En una de las
zonas más pobres y marginales del estado de Jalisco, la población de Oblatos,
minada por la violencia, el olvido y la pobreza, dieron una función de
“Valentina y la sombra del diablo” No sé exactamente el tiempo que medió después
de la función, pero la cuestión es que dos niñas, dos pequeñas espectadoras se
armaron de valor para, cada una a sus respectivas madres, decirles “Mi papá, mi
padrastro, me hace lo mismo que la sombra a Valentina”… sus madres, que contra
toda estadística no se acomodaron en la complicidad, levantaron las denuncias correspondientes y
hoy, dos abusadores están en la cárcel.
Y a todos los que de alguna manera participamos, nos dio el regalo de
experimentar como el teatro puede trasponer los límites que le impone la realidad, tocarla
y cambiarla al menos para dos niñas que decidieron hablar tras ver una función. Y estoy segura que su decisión de hablar no sólo detuvo el abuso: ahora ya saben que hablar es una manera de liberarse,
de dejar de ser víctimas. Y para mí, esta acción fue un parte-aguas en mi búsqueda. No podría, ni como ocurrencia, volver a la escritura de textos de la
evasión, no después de lo que el teatro me ha mostrado respecto a su capacidad
para cambiar un estado de cosas.
Creo
firmemente que el teatro es una de las experiencias humanas más potentes y, con
todo, lo más que puede hacer es compartir, no enseñar ni enunciar verdades
absolutas. El teatro para nuestras infancias debería renunciar a enseñar, es
decir a señalar, a decir “esto es así y no de otra manera”…sería más potente si
fuera un teatro que comparte, que entrena, es decir que pide el movimiento de emociones
e ideas, que provoca la acción, un teatro que invite al niño a correr junto con
el.
El teatro político no es un teatro de lo estático, es el teatro del cambio
y de la pregunta… no es el teatro del consenso sino que admite y busca la
diversidad en la reacciones y opiniones de los niños, no busca complacer al
adulto ni convencer a las autoridades educativas de sus bondades, sino hablar
de lo que al niño le interesa y le es necesario… incluso si es doloroso. La
realidad espera fuera, hay que prepararse para navegar en sus aguas…peligrosas,
sí, pero también asombrosas y deslumbrantes.
¿Y
la risa, y los colores y los duendes y las hadas quedan exiliados de este
teatro? No, porque este teatro no es la totalitaria república platónica. La
risa y la fantasía son tremendas posibilidades si avanzan en el sentido de las
necesidades y preocupaciones de los
niños… si las hadas y los duendes recuperan su calidad de imagen metafórica,
sean bienvenidos…
Dice
Primo Levy en su impactante testimonio como sobreviviente del exterminio nazi:
“En el campo de concentración, los que obedecían en todo, los que procuraban
pasar desapercibidos, los que no protestaban ni se metían en problemas, los que
aceptaban el estado de cosas sin pestañear… eran los primeros en morir” … qué
importante saberlo, desde un libro o desde la escena. Qué importante saberlo
para mí como autora. Aspiro a escribir un teatro que le comparta al niño lo que
Primo Levy me reveló: alinearse, conformarse, obedecer sin cuestionar… MATA.
Nuestro
arte olvida a menudo su sagrado carácter de revelación… y es que nosotros
también olvidamos con frecuencia que las cosas no han sido así siempre y que podemos cambiarlas… pero como me dijo un
niño en la sierra de Sinaloa, el pequeño hijo de un sembrador de amapola y
mariguana en una de las zonas más violentas del país: “Nos podemos deshacer del
monstruo… pero tenemos que ser todos, todos juntos… si no, no se podrá” (el monstruo, él no lo sabía, era la metáfora
del narcotráfico con la que habíamos estado trabajando… pero su joven
inconsciente sí que sabía de lo qué estábamos hablando).
Un
teatro político y poético para la infancia, para compartirle el mundo con su
horror y su belleza, siempre desde lo que le
interesa y necesita… que le revele, que lo mueva, que lo haga partícipe
de lo que está pasando en su sociedad y en otras latitudes, con otros infantes.
Esa es mi apuesta.
(Imágenes de algunos montajes de Valentina y la sombra del diablo - Teatro al límite, La Valentina teatro y Baúl de la fantasía-, El viaje de Ulises - La Valentina teatro y Teatro Xhanarati del Centro dramático de Michoacán y El Yeitotol, La cartelera teatro y Teatro Rocinante del Centro Dramático de Michoacán y de la bitácora de público de El viaje de Ulises, Michoacán.)
(Imágenes de algunos montajes de Valentina y la sombra del diablo - Teatro al límite, La Valentina teatro y Baúl de la fantasía-, El viaje de Ulises - La Valentina teatro y Teatro Xhanarati del Centro dramático de Michoacán y El Yeitotol, La cartelera teatro y Teatro Rocinante del Centro Dramático de Michoacán y de la bitácora de público de El viaje de Ulises, Michoacán.)
Es la ponencia completa? Me encantó! Saludos!
Nos gustaría leer algún texto teatral tuyo, somos de Córdoba, Argentina. Saludos!
Gracias, Chíngaras Teatro.